lunes, 28 de marzo de 2016





Sociedad descompuesta
Por FRANCISCO DURAND
Artículo publicado en el semanario “Hildebrandt en sus Trece” el viernes 4 de setiembre del 2015. Reproducido por su importancia para el momento presente de la sociedad peruana.

Nuestra sociedad (la manera como nos organizamos colectivamente para vivir en paz en este territorio llamado Perú) está descompuesta. Este lamentable estado rige a pesar de que tenemos una Constitución y cientos de leyes, que en parte se emiten para tratar de mejorar, creyendo ingenuamente que así arreglamos los problemas. En realidad, no son las normas sino el comportamiento social y las instituciones los que deben cambiar. Recordemos aquello de hecha la ley, hecha la trampa. A más leyes, igual descomposición social. Pocos las respetan, la mayoría finge hacerlo o la desafían abiertamente.

La comprobación fehaciente que tenemos este gran problema nos debe llevar a reflexionar y plantear una recomposición. La pregunta es si tenemos a la gente con la voluntad y la capacidad para emprender esta larga y complicada tarea.

Crisis valorativa

Uno de las manifestaciones de una sociedad descompuesta como la peruana actual es que el país ha perdido un sistema de valores social y nacional sin reemplazarlo por otro mejor. Esta pérdida ha ocurrido lenta pero persistentemente desde los años 1950 a la actualidad y se ha acentuado hasta llegar a niveles inaceptables en las últimas décadas. El viejo sistema de valores que ponía el énfasis en “el respeto a los mayores” o los “preceptos de la Santa Madre Iglesia” ha perdido vigencia. Tampoco el “amor a la patria” o el sentido de entrega de la militancia política para dirigir a los más pobres hacia la redención social que practicaron los viejos partidos, empezando por el APRA  y siguiendo por las izquierdas, se han mantenido. La mística sindical ha desaparecido con los sindicatos. Estos viejos sistemas valorativos de los hogares, la iglesia, las fuerzas armadas o los antiguos partidos y organizaciones sociales se debilitaron sin dar lugar a otros mejores y más universales. Ergo, se generó un vacío valorativo. Como ya no hay reglas sociales ni instituciones viables (salvo en pequeños bolsones), cada cual hace lo que le parece, así haga daño a los demás. Lo que rige entonces son antivalores expresados en un comportamiento trasgresor, en un individualismo extremo que se corresponde con el capitalismo salvaje que tenemos.

Las causas

Esta crisis valorativa empezó mientras el país se fue “modernizando” a medida que la migración se acentuó y se triplicó la tasa de crecimiento poblacional. El Perú se urbanizó alocadamente y luego el campo también terminó siendo afectado por las presiones consumistas de todo tipo. En los años 1980 entraron en acción varios factores de crisis que acentuaron una cultura de trasgresión normativa, preparando las condiciones para que desaparezcan los viejos valores sin reemplazarlo por un republicanismo ciudadano.

Primero, fue la recesión económica que vino con inflación, iniciándose en el segundo gobierno de Belaunde y agravándose con el primer gobierno de Alan García. La gran crisis generó desempleo masivo, devastó las formas de sobrevivencia y empujó a la población a agenciarse ingresos de cualquier manera, haciendo mil oficios, así no fueran legales.

A la recesión se juntó un segundo factor, la erupción de la corrupción. Este proceso fue generalizado pero se agravó desde la presidencia de García en 1985-1990 y no ha parado desde entonces. Lo confirma la sucesión de bandidos presidenciales que, con la excepción de Valentín Paniagua, se han mantenido en el poder hasta la actualidad. Ellos dieron la señal que el Estado y los recursos públicos, las funciones públicas, el cargo y el uniforme, podían servir para enriquecerse y luego salir de compras. Ser autoridad era un mecanismo efectivo para depredar los bienes públicos y usar el cargo para extorsionar a los peruanos que tuvieran la mala suerte de no tener papeles en regla o ser enjuiciados.

El tercer factor tiene que ver con los modelos económicos, que empujaron a gran parte de la masa trabajadora a la informalidad y la delictividad, generando junto con la recesión y la corrupción estatal la base estructural de la trasgresión institucionalizada. La migración y el crecimiento poblacional generaron una fuerza de trabajo abundante que el sistema mismo no podía emplear. El modelo estatista y de protección de mercado, acentuado con Velasco y continuado hasta el primer gobierno de García no lo resolvió, sucumbiendo en la recesión de los 80.

Fracaso neoliberal

Luego vinieron los neoliberales en 1990, que sostuvieron (entre ellos De Soto, el teórico de la informalidad urbana) que con mercados abiertos y desregulación se generaría una dinámica de mercado que acabaría con la informalidad, que con reformas como la titulación y la eliminación de barreras burocráticas se sentarían las bases de la modernidad. Lo que en realidad ocurrió fue un reparto de los activos estatales a grandes grupos de poder económico y las transnacionales y grandes oportunidades especulativas como la recompra de los bonos de la deuda externa y un consumismo desenfrenado.

Con el modelo libremercadista, y la bonanza exportadora 2002-2012, se reactivó el extractivismo pero siendo intensivo en capital y escaso en generar empleo directo. Volvimos entonces a un modelo de crecimiento sin desarrollo, de nuevos ricos y nuevos pobres, también con una nueva clase media, pero con corrupción, en una situación donde la mayoría poblacional no entra a la formalidad y la mayoría de las autoridades roban y abusan, y donde quienes han ascendido socialmente corren el riesgo de hacer el camino de vuelta apenas termine la bonanza. Ese momento ha llegado.

Con el consumismo que vino con la recuperación y la apertura, se reforzó una cultura de individualismo salvaje hoy predominante. Las reformas neoliberales aceleraron entonces una tendencia a comprar para satisfacer un deseo reprimido de consumo, con deudas crecientes y sin dar prioridad a las necesidades básicas de las familias. En medio de las reformas neoliberales se entronizó el principio del lucro incluso para actividades como la educación (siguiendo un plan del Banco Mundial), apareciendo colegios y universidades que vendían títulos sin verdadera instrucción profesional. De allí ha surgido una nueva generación de rectores millonarios, destacando uno que tiene aspiraciones presidenciales y que hace política diciendo: hay plata como cancha. Habla incluso de una nueva raza que es, supongo, la raza de los trasgresores.

Las instituciones políticas y la representación han seguido asimismo una tendencia declinante. Ha aparecido una nueva generación de políticos plutócratas que sostienen que la plata llega sola y toda clase de otorongos en el Congreso. Una mayoría de alcaldes y no pocos gobiernos regionales viven de la coima. Los medios de comunicación de masas no se quedan atrás. Esta regresión cultural se expresa en la prensa basura y la televisión basura, que refuerzan esa actitud trasgresora e individualista salvaje.

Al fallar el modelo económico y tener una clase política y medios de comunicación de masas que expresan la nueva cultura logrera, la informalidad ha crecido, extendiéndose a provincias y luego a los espacios rurales, que también han caído presa del consumismo, acelerando la disolución de las viejas costumbres y del poco respeto a los mayores que quedaba. La piratería de música y videos experimentó un enorme desarrollo, al igual que el contrabando tipo “culebra”, organizado por mafias internacionales que entran por Puno. La bonanza incentivó no solo a las grandes empresas formales (suerte de lunares de modernidad que dominan los sectores más rentables pero que son una suerte de enclave) sino también a las delictivas, acentuando y extendiendo a todo el territorio la descomposición social. Aparecieron las mafias que explotan oro y trafican con mujeres y niños en la sierra de Puno y en los lavaderos de Madre de Dios, también los taladores ilegales de maderas finas que se concentran en Pucallpa. No faltan depredadores legales de los bosques amazónicos, incluyendo un “empresario checo” que está sembrando palma aceitera de la peor manera en Aguaytía. La producción de coca volvió a crecer y el Perú obtuvo el dudoso título de llegar a ser el principal productor de cocaína del mundo, generándose un nuevo corredor de la droga por tierra, río y aire hacia Bolivia y el Brasil. Cabe señalar que tanto las economías informales como las delictivas generan más empleo que las grandes mineras y petroleras, que los grandes bancos y fábricas, evidenciando las limitaciones del modelo económico.

Al mismo tiempo, estas nuevas mafias importaron métodos criminales del exterior, como el sistema de cobros de cupos al transporte patentado por la Mara Salvatrucha de El Salvador, el asesinato pagado con motos lineales de Colombia o el descabezamiento patentado por los carteles mexicanos. Nuevas pandillas aparecieron por todo el país, desbordando a la policía o quizás articulada a ellos en un sistema institucionalizado de reparto de ganancias. El crimen callejero se agravó en plena bonanza, indicando que no estaba asociado a la pobreza sino a una cultura de riqueza rápida y consumismo y de cadenas globales del crimen. El tráfico de armas, por su parte, aumentó la audacia de raqueteros y sicarios.

¿Es posible el cambio?

Existen dos maneras de atacar este problema para ir revirtiendo la condición de sociedad descompuesta y caminar a una sociedad recompuesta. El cambio debe venir de quienes no están comprometidos con esta lógica depredadora y trasgresora, sea en el Estado, ese grupo de funcionarios y tecnócratas que no forman parte de la descomposición, o de la propia sociedad, activando la famosa “reserva moral” que apareció fugazmente con Paniagua el 2000 y cuya tarea fue incompleta y que en buena parte ha sido revertida. El cambio, además lo deben planear y ejecutar peruanos, no entidades extranjeras.

El cambio entonces puede venir de arriba, desde las autoridades sanas y competentes, o de abajo, desde la mejor parte de la sociedad. Un optimista afirmaría que es posible, que tales potencialidades existen y que con un buen Estado y una mejor democracia se podría generar una moral republicana. Un pesimista argumentaría lo contrario, que es demasiado tarde, que el sector sano y responsable se está achicando; entonces el país estaría condenado y puede fácilmente convertirse en un narco Estado o en un Estado Fallido.

No descarto un tercer escenario. Que la descomposición se mantenga, avanzando o retrocediendo según nos toquen buenos o malos gobernantes, pero manteniéndose esencialmente los rasgos de sociedad descompuesta que ahora tenemos. ¿Qué nos espera en las elecciones del 2016?